Se quedó caviloso contemplando la infracción. Reprodujo en su cabeza el vibrante discurso que había pronunciado el alcalde días atrás, en la entrega de despachos a los nuevos guardias. Hermosas palabras que instaban a cumplir con el deber, a trabajar sin descanso para erradicar comportamientos incívicos.
La mujer bajó del coche llevando en brazos un perrillo que se cagó en la acera tan pronto como lo dejó en el suelo. Después entraron al salón de belleza.
El guardia rellenó un boleto y lo dejó en el parabrisas.
El Mercedes de la mujer del alcalde estaba aparcado en lugar prohibido.